agosto 26, 2009

Una manzana para Adán


Escuchando una canción de Tintán, me acordé un viaje que hice hace unos pensamientos hasta la tierra de una querida amiga, de la caul, ya no soy amigo. "Yo era un pachuco hidalgo, quiero decir, un hidalgo de Pachuca, Hidalgo". Esa mañana fría en la ciudad mexicana de los vientos, desperté sin ganas de levantarme. Bien quería quedarme entre las sábanas a disfrutar el clima. Pero no. Me levanté (a eso había ido), encendí el televisor para escuchar las noticias del día... Una manzana al día, es un día más de vida, aseguraba una doctora con su bata blanca y con autoridad.

Helga es una mujer de 23 años. Es asistente de la Delegada en este estado, de una institución federal. Es delgadita, delgadita. Linda, aunque algo distraida de mí. La primera vez que nos vimos fue porque entré a la oficina donde trabaja, perdido, buscando información. No recuerdo qué más pasó, sólo recurdo su boca moviéndose diciendo algo de poca importancia.

Salí del hotel sabiendo que la vería. Llegué y miré alrededor, para saber quiénes estaban en el evento, apuntar todos sus nombres, buscando los mejores ángulos para observar la escena, las mejores fotografías, pero sobre todo, tratando desesperadamente de encontrar sus hemrosos ojos claros.

Su pelo largo, lacio, negro, siempre está sujeto para dejar su rostro inmaculado. Su boca es la parte que más me gusta, aunque quizá sea también la parte que más me pueda hacer daño. Al fin, después de cinco discursos, dos compromisos firmados, tres chistes involuntarios, y algunas toneladas de aplausos huecos, los funcionarios federales, los estatales, los municipales, las organizaciones de la sociedad civil, los civiles desorganizados y los ejemplares representantes de los medios informativos, tuvieron a bien marcar la hora dle receso.

Helga seguía distrída de mí, pero la palabra de dios estaba de mi lado.

Una señora muy amable (a manera de chisme, cuento que Doña emitía un extraño seseo en sus expresiones), había caído rendida ante mi encanto natural. Es decir, nos caímos bien y pronto me decía: "acércate para que te tomes un cafecito", o "¿ya probaste las galletas?". Según recuerdo, estaba hambriento porque habían pasado horas desde que comí la fruta en el hotel. Moría de hambre, pero mi responsabilidad informativa no me permitía buscar el sacrosanto alimento. El rechinido de mis tripas me evidenciaba.

En una de esas, Doña amable conversaba con Helga. Doña sacó dos manzanas de una bolsa de tela que quién sabe dónde había disimulado por horas. Le dio ambas a Helga e hizo una ademán hacia mí, mientras yo me hacía el ciego.

Helga venía caminando a mí. Me cae que hasta las rodillas me temblaron. Me había pasado la mañana buscando su mirada sin pretexto, con frustración porque no tenía palabras para ella. Sentí el hueco en el estómago aún más profundo porque no sabría reaccionar a lo inminente.

¿Cómo iba a rechazar el ofrecimiento de esta Eva tan hermosa, aun sabiendo que moriría por mi singular alergia a la manzana?

1 comentario:

  1. Este relato es buenísimo, el final es una ironía, el morir por una moderna Eva quien le da a un Adan de la era electrónica el máximo veneno que no te hace amar sino desfallecer por la intoxicación que la alergia produce en su cuerpo... si eso hace la manzana...¿que no haría un beso de esa Eva sobre los labios de aquel Adan?

    ResponderEliminar