octubre 03, 2010

Del apapacho y otros pasajes



Un día, después de muchos aprendizajes, mi cuerpo necesitaba un poco de reconocimiento; así que busqué al encargado de la feria para entregarle mi gafete y retirarme a mi dormitorio.

Dijeron que era mi “novatada”. Mi primer Feria Internacional del Libro en Guadalajara como asistente en un estante de libros y material didáctico, sin descanso, sin alimentos y sin dinero. Eso sí, el avión y el hotel ya estaba pagado.

¿Quién se negaría ir a la FIL?

Todo el viaje fue intenso. Estar en el aeropuerto siendo yo mismo quien iba a viajar por primera vez, estar en la sala de espera, subir al avión, ver alguna que otra personalidad, el despegue, la linda azafata, las nubes, las turbulencias, el aterrizaje, el aeropuerto de la perla, la belleza femenina, mis maletas, las cajas de libros y materiales educativos, el chofer que llega por mí, que me lleva al hotel, que le va al Atlas, que se mueran las Chivas, la Minerva y el hotel cinco estrellas.

No sabía que existía tanto lujo en la vida; al menos no en la mía.

Al fin, al entrar en la habitación, aventé a una mesita todos mis documentos, libros, tarjetas, cámaras, grabadoras, mochila y demás herramientas para tirarme en la cama.

Pero antes, iría a lavarme la cara, tal vez un regaderazo, lavarme los dientes. ¡Oh! Iluminada por el cielo, dentro del baño hay una tina. Blanca y pura. No lo dudo. Dejo que se llene con agua caliente, luego fría, otro poco de fría, me arranco la ropa y entro en ella, me sumerjo.

En casa me baño con agua fría porque no tengo calentador y aquí, dentro del agua tibia de la tina me considero un hombre afortunado. Mis pies sí que lo agradecen.

Debajo del agua realizo un encuentro conmigo mismo. Me dejo llevar a la tierra de la tranquilidad, me desprendo de la realidad y corro entre fantasías. Me salen alas y vuelo mientras aguanto el aire dentro de mí. Me agrada mucho la sensación de no respirar, ¿sería posible que dejara de hacerlo sin perder la vida?

Salgo, respiro, entro de nuevo. Esta vez tardo un poco más. El agua me tranquiliza, me despeja, me purifica. Ahora entiendo los bautizos con agua. Cuando destapo la coladera de la tina, junto con el agua se van mis dolores de cabeza y de pies, mis angustias y mis miedos.

Un acto en solitario. Un abrazo al espíritu cuando más lo necesita. Un momento a solas para sonreírse a sí mismo.