mayo 27, 2009

Acostumbro leer el diario

Esta vez, me ocupaba de buscar en algunos diarios las notas de los candidatos a funcionarios públicos de los municipios del sur. Cada nombre lo ponía en una lista y pensaba en su orígen, en si se sentían cómodos con ese nombre y cómo serían sus padres. Algunos ejemplos: Romualdo, Demetrio, Radamés, Teófilo, Urbano, Felícitas, Calixto, Herminia, Ubaldo, Karl, Jeovahni, Lesbia, Maximino y Ultiminio, como el boxeador.

Luego pasé a las notas rojas. "Abuelo de 79 años ultima a albañil de 76 porque creyó que era amante de su esposa de 75". "Joven emo se suicida porque ya no quería ir a la escuela". "Riña entre travestis deja dos lesionados".

Entonces entró ella, se paró frente a mí, a un metro de distancia como acostumbra. Me miró fíjamente y me preguntó por qué no estaba trabajando. El palillo que tenía entre mis dientes seguía bailando mientras pensaba en algo inteligente para pretextar.

Su mirada es de color azul, se mira porfunda. Pienso que debe ser feliz, pero hay algo de melancolía en ella, no sólo en sus ojos sino además en su expresión. Sus labios quedan en arco cuando los cierra de modo que parece que no sonríe a menudo. Cosa que no es así, y cada que ríe, sale con fuerza la carcajada.

Creo que notó que no respondería pronto porque se acercó, me tomó de los hombros y me dijo: "Necesito que termines el directorio hoy mismo". Me soltó, dio media vuelta y se fue. Yo hubiera querido irme también al ritmo de esas caderas. Pude identificar la mínima ropa interior dentro de ese ajustado pantalón. Hubiera querido irme con ella; en cambio, solté mis notas en el escritorio y abrí una especie de armario donde guardo carpetas. Comencé a buscar un directorio que había hecho el año pasado, aunque no sabía por dónde empezar en este mar de oficios y documentos sin importancia.

El polvo me hizo estornudar varias veces, mientras más me metía entre carpetas... Había documentos de hace cinco años que me hacían pensar la razón de que siguieran ahí. Necesitaba más luz, pero aquí no hay foco. Prendí mi encendedor y encuentro algunas carpeta que parecen recientes. Pero no, nada. Voy más adentro, me quemo los dedos, veo menos. Los mil y un gatos del vecino deben conocer perfectamente este sitio, hay pelos hasta en los papapeles antiguos.

Caray, los pelos de gato me provocan más alergias. Siento cómo mi garganta comienza a cerrarse. El moco ya no cabe en mi nariz. El aire ya no entra bien a mis pulmones. ¿Cómo será la muerte por asfixia? Desesperante, por lo menos. La ventanilla, más bien la rendija está cubierta de pelos donde se supone que debía estar una malla para detener insectos. Un cigarillo para abrir los conductos de mi sistema respiratorio.

Un ruido en una esquina. Deber ser un gato. Pasa sobre mis pies. No se sentía como un gato, aunque sí peludo. Mmm... Debo encontrar pronto el documento porque me estoy poniendo nervioso. Seguro que está en la carpeta más alta. Este archivero me aguanta, me faltan dos falanges. No puedo estirarme más... no pierdas el equilibrio... ¡¿Ay buey, qué es eso?! Bien, brinco, la atrapo y me largo de aquí para llamar a los de mantenimiento, deben fumigar, cazar lo que sea que eso sea.

Una... dos... tr... mmmf...

Uno de Benedetti

Chau número tres
Te dejo con tu vida
tu trabajo
tu gente
con tus puestas de sol
y tus amaneceres.

Sembrando tu confianza
te dejo junto al mundo
derrotando imposibles
segura sin seguro.

Te dejo frente al mar
descifrándote sola
sin mi pregunta a ciegas
sin mi respuesta rota.

Te dejo sin mis dudas
pobres y malheridas
sin mis inmadureces
sin mi veteranía.

Pero tampoco creas
a pie juntillas todo
no creas nunca creas
este falso abandono.

Estaré donde menos
lo esperes
por ejemplo
en un árbol añoso
de oscuros cabeceos.

Estaré en un lejano
horizonte sin horas
en la huella del tacto
en tu sombra y mi sombra.

Estaré repartido
en cuatro o cinco pibes
de esos que vos mirás
y enseguida te siguen.

Y ojalá pueda estar
de tu sueño en la red
esperando tus ojos
y mirándote.

mayo 26, 2009

Venía en la ruta

Fui primero al Instituto para cobrar mi cheque atrasado. Hacía más de diez días que debieron pagarme, pero alguien no hizo su trabajo adecuadamente. Venía tranquilo hacia la oficina en la ruta. El chofer ponía a todo volumen algo de banda, serían cuatro o cinco personas más, pero no me importaba mucho. Yo venía escuchando The Clash cuando el tráfico inusual en esta ciudad nos detuvo en uno de los cruces.

El chofer, previendo que tardaríamos mucho en salir, decidió tomar por una avaenida alterna. Lo malo que estaba igual o peor de congestionada. A mí ya me daba igual, de cualquier modo no llegaría a tiempo a la oficina. Mi ojos miraban a la calle y se encontraban un oxxo, una tintorería, un blockbuster, bardas, rejas, zaguanes, ventanas, tiendas de ropa, vestidos de novia, otra barda de piedra.

Aquí nos detuvimos mucho tiempo, había una puerta pequeña incrustada en la barda de piedra que llamaba mucho mi atención. Una puerta que seguro no se usaba en años, estaba como a un metro del suelo, sin escalones, muy angosta para que pudiera apenas pasar una persona. Tenía su cerradura, lo único no negro en esa puerta rara.

Comencé a sentirme con sueño y en seguida saqué del maletín la cocacola que me obsequiaron en el Instituto, estaba ya un poco caliente. De cualquier modo, no quería quedarme dormido en el bus. Sin embargo, los 35 grados y el enfado me cerraron la conciencia porque de pronto me vi abriendo esa puerta obscura.

Un rechinido por el metal oxidado me recibió a lo que no podía creer: un hermoso jardín lleno de flores, pasto como alfombra, anturios, alcatraces y aves de paraíso. Tabachines, hules, parotas y jacarandas. Enredaderas y bugambilias, el viloento caer del agua en una pequeña cascada que desbordaba al río que enmarcaba este jardín. A lo mucho quinientos metros cuadrados de belleza húmeda tan solo para mí.

Inmediatamanete dejé caer el maletín, me quité los zapatos, los calcetines, la camisa, me arremangué el pantalón y corrí como pude para ir a la parte más adentro del paraíso. Abrí mis brazos, aspiré tanto aire como pude, sonreí de plena felicidad. Caminaba y sentía en mis plantas la frescura de ese césped fino, me acariciaba y me hacía cosquillas.

Toqué el agua con mis manos, me remojé la cara, la bebí. Me sumergí en ella y sentía con todo mi cuerpo la alegría, la bondad, la felicidad del agua sobre mí. Me gusta escuchar bajo el agua, ¡es tan distinto! Escuchas con toda la piel. Nadaba y no quería salir del agua. Un minuto. nadaba de rana, veía un poco hacia la profundidad, los rayos del sol entraban e iluminaban mi propio cuerpo desnudo. Comienza a faltarme el aire. Siento algunos peces rozar mis piernas, hierbas me acarician los muslos, mis manos no se contentan con esta porción de agua o aquella, quieren más, sigo nadando y hay menos luz. No quiero perderme ni un segundo de esto. No recuerdo haberme sentido tan feliz, ni imaginaba que podría serlo tanto así. No quiero que termine, dos minutos. Aprovecho todos mis esfuerzos y me mantengo bajo el agua fresca, cristalina... La corriente ma jala un poco hacia la parte más clara, nado al otro lado, a donde creo, imagino, que es la fuente de toda esta felicidad. Aquí estoy, en el momento más feliz de mi vida, unido al universo, siendo parte de todo, a la vez aislado, clavado en el agua, en mis sentidos y en el aire de mis pulmones, de mi estómago. Tres minutos, no puedo más. No tengo fuerzas. Mi felicidad y mi vida están en mis manos.

(Saeglópur de Sigur Rós: http://vimeo.com/3987056)

Para iniciar

Es una poesía de Erich Fried que me gusta recordar cada vez que pienso en la mujer que amo.

Mi elección

Supongamos que te pierdo
y que tengo que decidir
si te veo una vez más.
Y yo sé: la próxima vez
me traerás diez veces más desgracias
y diez veces menos suerte.
¿Qué elegiría?
Estaría tonto de felicidad de volver a verte.