diciembre 14, 2009

Perdido

Comencé a caminar siendo las 6 y media de la tarde. Hacía calor y sentía mi sudor correrme el cuello, las sienes y por detrás de las orejas. Quería llegar a un parque, buscar una banca, sentarme y fumar un cigarrillo. Necesitaba pensar, tal vez calmarme, para pensar.

Llevo dos años perdido, desorientado, confundido. No recuerdo cómo llegué a este momento ni porqué.

No encuentro ningún parque. Banquetas malhechas y sucias, llenas de polvo y mierda. No quiero llegar a mi casa, ni a la de nadie; no quiero encontrar caras conocidas ni amadas. Quiero estar solo donde todos me vean. Quiero sentarme, respirar, calmar y pensar.

Tengo ganas de caminar y caminar hasta caer desmayado de cansancio o deshidratación, y que al despertar, todo esto haya sido sólo un pésimo sueño.

También me imagino nadar en competencia contra mí mismo, conteniendo la respiración debajo del agua, con mis gorra de silicona, con mis googles bien ajustados, mi traje de baño de marca. Sentor el agua deslizarse en mi piel, mis pulmones llenos de aire, el esfuerzo en mis músculos por ganar velocidad, no respirar concentrado sin pensar.
Al fin un parque. Bueno, una cancha de futbol, llena de gente, de niños que gritan y de personas con motivaciones.

A veces ni creo que esto sea depresión, sino... una forma alternativa de ver la vida, de vivirla; sin embargo, no ha sido muy satisfactoria. Son días en que el camino se desvanece una y otra vez en cada cien metros. Un laberinto en la oscuridad de mis pensamientos.

De esto que no recuerdo cómo y porqué. De no saber cómo ni hacia dónde es la salida. De no entender lo mejor y lo peor. De no quedar con idea de rumbo, de despiste total, de marcha en silencio, de fuga en latente deseo, de careta y señuelos, de vida a contracorriente.

Ahí estoy de nuevo, en donde me senté a pensar.