noviembre 08, 2009

Hoy también

Bajé de la ruta y comencé a caminar hacia mi casa. Tenía tres pesos en la bolsa que gané en un juego de canicas a dos de mis amigos y a uno de mis enemigos. En la tienda de abarrotes me compré una Barritas de fresa, así el camino a casa sería más amable. El calor escurré por mis mejillas; siento sudar mi cuello. Siempre que paso por este bar Gatos Kid, imagino mil historias de caballeros que salen a buscar un poco de amistad, un partido de billar o solamente no estar solos.

La calle antes de cruzar el campo de béisbol me gusta de día. Es solitaria. Aquí no se escuchan motores, ni cláxones, ni ladridos, ni voces. Se escuchan los pájarosy de vez en cuando la máquina del tren. En la vía, por las tardes, acostumbramos con Lucio y su hermano acomodar latas de refrescos en las vías en espera de que el tren las convierta en figuras artísticas. A veces usamos botellas de vídrio para escuchar el tronido. Una vez, pusimos cuetes dentro de una lata y vaya regaño que nos dieron, casi tan fuerte como el estruendo de la locomotora.

A esta hora, nadie pordría jugar béisbol aquí. Lucio ya debe estar comiendo. Yo aún tendré que ir por las tortillas y cruzar por el pasillo de los perros. Este mes de mayo hace tanto calor. En septiembre el campo de béisbol es verde, ahora está más seco que la barranca de atrás de mi casa.

La casa de Lucio está a tres terrenos de la mía. Desde aquí, ya huele al arroz con jitomáte de mi mamá. Habrá hecho carne de res empanizada, sabe que me gusta mucho. Agua de limón, ensalada de pepino, lechuga, cebolla y chiles manzanos. Sólo falta que yo vaya por las tortillas.

Mi mamá tiene un pequeño radio en la cocina donde siempre escucha sus canciones favoritas y canta con mucha emoción. Mi madre no sería tan feliz si no cantara esas canciones de los Beatles. Acerté. Milanesas de res. Beso a mi mamá y me siento en casa. Un ambiente fresco porque el piso esté recién lavado. Dejo mi mochila junto a la cama, tomo un short  y me quito el pantalón azul del uniforme, también mi camisa roja a cuadros, la doblo y acomodo en la cabecera de mi cama. Afuera, en el patio me espera el árbol de ciruelas para refrescarme aún más. Primero, como cada tarde después de la escuela, voy al limón, corto el más amarillo, lo llevo a lavar a la cocina, mi mamá lo abre y me lo da en una tacita, y yo tomo un poquitito de sal, porque dice mi mamá que si como mucha sal se me va a picar el hígado y a nadie le gusta tener el hígado picado.

Entonces subo a mi árbol, me instalo en lo alto de la copa, corto las hojas más tiernas del ciruelo y las sumerjo en al jugo de limón con sal. Cuando sea científico cmo Einstein, voy a inventar un árbol de ciruelas que dé hojas más grandes y con sabor a chile piquín.

noviembre 02, 2009

Desperté del sueño




Y ella sí estaba junto de mí, casi en la misma posición en que se durmió. Pero había algo de distinto, ya no en ella sino en mí. Como cuando no corre el viento y se mueve un adorno que cuelga del techo. Me sentí un poco de fuera, de más en una conversación que no se recuerda exactamente entre dos amantes.

Sin ruido, todo en oscuridad. Sería yo el único ser despierto a esta hora de la madrugada. La miro y la escucho. Su respiración es pesada. Así como está, con cabellos finos sobre el rostro, la boca ligeramente abierta, callada, seria, distante... Me siento distante de ella. Aunque a veces me atrapa en sus brazos, y me mira y me dice cosas en silencio. Pero no etiendo ese idioma.

Desperté del sueño y vuelvo a tomar la decisión. Me quedo o me voy. La despierto o me acomodo a su cuerpo. Bebo agua o voy al baño. Duermo o sueño.

La próxima vez que la tenga no habrá vuelta para atrás.