agosto 13, 2009

Folclor

Miraba por le ventana de la ruta, los tonos del cielo que estaba más cerca de las montañas de Tepoztlán, ahí donde comienza el corredor Ajusco Chichinautzin. Hay días en que hasta parece que lloverá, pero no, en esta ciudad no cae el refresco.

El cielo cubría suavemente las partes altas de las montañas, se volvía oscuro y profundo. Así se miraba a lo lejos. A lo cerca, pasaba junto a nosotros un taxi que en su cristal del frente tenía un leyenda "Además de naco, le voy a las Chivas". Y para que quede claro cómo peinsa el que va manejando, abajo estaba una calcomanía donde se leía: "Dios quiera que no sea este mi último viaje".

Así estaba completamente atento a estas manifestaciones de identidad y búsqueda de la razón fundamental, cuando se suben dos jóvenes a la ruta. Armados con una guitarra acústica, amenazaron con robarnos nuestro aburrimiento con sus cañonazos musicales. Lo curioso de estos muchachos de no más de 20 años, consistía en que no eran los clásicos artistas callejeros jodidos, ni ciegos, ni les faltaba ningún miembro (a simple vista), ni acababan de salir del reclusorio.

No, de hecho estos chicos no parecían conocer ningún reclusorio. Tampoco parecían conocer una escuela pública por dentro. Los más fresquitos que me puede imaginar. Camisa tipo polo de marca carísima, bermudas que parcían más caras que toda mi ropa junta, peinados como personajes de RBD, zapatos tennis muy chingones, relojes grandotes que dan la hora exacta, y con una soltura de carácter que todos nos mirábamos con ciertas preguntas.

Mis prejuicios no estuvieron errados. Inciaron una melodía de "Motel", luego otra de "Camila" y otras que afortunadamente, Emerson, Lake & Palmer no me permitieron escuchar. A mí me interesaba escuchar, al finalizar de su repertorio, qué choro mareador dirían para pedir dinero o si acaso, no pedirían la cooperación voluntaria. "Qué tal, buenas tardes. Como ven, nos somos grandes músicos ni los mejores intérpretes, pero hacemos nuestro mejor esfuerzo. Cualquier moneda que gusten regalarnos, será bien recibida".

Así, los fresquitos se llevaron unas monedas ante mi incredulidad de que alguien les diera dinero. Desde mi asiento, me imaginaba que estos mocosos tendrían en su familia más dinero que cualquiera de los que estábamos ahí. Al bajarse, uno de ellos pegó un salto hacia afuer con el bus en movimiento. Se le atoró la agujeta del zapato derecho en la puerta y su cuerpo dio un giro que lo mandó al piso de cabeza ante la mirada de su compañero músico. Guitarra en mano, gritó al chofer que se detuviera, pero fue muy tarde.

La cabeza del intérprete de Motel, Camila y la Acadamía perdió la vida por unas monedas que ni siquiera necesitaba. Y yo pensaba que ojalá éste no fuera nuestro último viaje.

1 comentario: