agosto 12, 2009

Afuera del instituto

casi todos los días, una señora muy guapa coloca sus cazuelas, su hielera y termos, para vender tacos acorazados y refrescos fríos. Mis favoritos son los de milanesa de pollo y los de torta de papa. Doble tortilla, arroz rojo y rajas de chile verde en vinagre.

Dicen que el chile libera sustancias en el cuerpo humano que producen placer. Hasta parece albur, pero no lo es o quizá sí, pero no es el tema. Podría serlo en otra ocasión. Eso pensé cuando escuchaba la nota en el programa de radio porque ya quería que iniciar Satellite of Love de Lou Reed.

Con esa canción recuerdo un tiempo en que estaba enamorado: se llamaba Sara. Tenía la sonrisa más hermosa que he visto, aún con frenos en los dientes. Su hermosa cabellera llena de rizos oscuros me tenía siempre con la boca abierta. Ella no me miraba, yo digamos que mantenía un perfil bajo en el ambiente de popularidad de la escuela preparatoria.

Un día me hice el chistoso y logré que me sonriera. Al final de mi numerito, me acerqué, la miré a los ojos, tomé su mano izquierda y le pregunté su nombre (que yo ya sabía). Me presenté y le dije que almorzáramos juntos esa mañana. Hablamos de cosas simples, la escuela y al final, casi para despedirnos, le confesé que me gustaba desde que la vi y que ojalá un día, le diera una oportunidad a mi corazón. Sonrió y no dijo nada. Su sonrisa fue el mejor regalo.

Al día siguiente, en la escuela, luego de que pasé la noche pensando en Sara, me enteré de que la noche anterior, ella, sin ninguna explicación sufrió una "muerte fulminante".

Me dio mucho coraje con la vida. Así que a la mañana siguiente, salí a caminar en dirección a la montaña; caminé todo el día, sin sed ni hambre, sólo mucho coraje. El sol pasó por encima mío hasta que comenzó a buscar su propio refugio tras la bruma a lo lejos en el Valle Cuauhnáhuac.

Al fin, el cansancio me venció en la cúspide del Cerro de la Miel. Ahí, lloré por la desgracia de ser tan frágiles como humanos. Miré al cielo y además de la Luna, una estrella me miraba con cierta atención. Limpié mi rostro para evitar en vano que notara mi sufrimiento. Entonces, levanté mi rostro nuevamente para descubrir que la mirada tierna de esta estrella, despacio, se convirtió en la sonrisa de Sara. Y como en cuento de Hermann Hesse, tomé vuelo y me arrojé hacia la estrella para abrazarla. Nunca más se volvió a saber de nuestro amor.

2 comentarios:

  1. Romantica de corazon y por ello, este (hasta el momento) es mi favorito absoluto. Gracias por contagiarme tu inspiracion!

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