junio 24, 2009

Robé el balón y corrí hacia el tablero

me sentí solo, ya nadié me siguió; eran los últimos minutos del partido y nadie quería correr, pero yo tenía la pelota y no había anotado un solo punto. Botaba la pelota sintiéndome Mágico Johnson, una sonrisa se esbozaba en mi cara, mis rodillas seguras avanzaban sin chocar entre sí. De pronto, tuve una duda: recordé que soy un fiasco en el basquetbol... Por eso nadie fue tras de mí, sabían que me caería o que al lanzar la pelota ni siquiera tocaría el tablero.

Entonces la cancha se me hacía enoooorme... Incluso se me movía el piso. Pero de pronto sentí el viento mover ligeramente mis cabellos, un aire de seguridad me invadió. Fui directo al área, tomé el balón con fuerza y brinqué como nunca. Hice una clavada que me lastimó los dedos de la mano derecha, pero qué importaba. ¡Acababa de atascar la pelota en la canasta!

No supe si me hice daño en las manos o en los tobillos al dejar de colgarme porque desperté, mi gata Mona lamía mis dedos. Era hora de la merienda. Cuando niño, mi mamá nos hacía unas galletas de trigo con azúcar, con té de canela o limón, casi no hubo leche. Esas galletas aprendí a hacerlas y hoy, Mona es la que me acompaña para disfrutarlas. Me gusta la cocina, un espacio mágico dedicado al placer del cuerpo. Nadie debería cocinar algo que no le dará placer.

La vecina de enfrente está regando sus plantas; no sé cómo se llaman... son un tipo de arbusto, pero muy pequeño que cubre la base de su ventana. Ella vive sola, debería tener al menos un gato. Me mira y nos saluda como cada noche. Nos da la espalda, mientras Mona bebe su leche y me mira alternadamente. La vecina se recarga de espalda a la ventana, se sube y se sienta en ella. Siempre he pensado que es muy solitaria. Nunca le he visto visitas, ni siquiera la luz encendida después de las 10 de la noche. Me parece muy raro que esté sentada en la ventana... No es tan fea, quizá debería invitarla a cenar. Seríamos buena compañía para un chica solitaria, ¿no crees Mona? Cosa de bajar nuestros 10 pisos, cruzar la calle, subir sus 10 pisos y tocar a su puerta. Nada insólito. Quizá debería hacerlo ahora mismo.

La vecina, así de espaldas, saca sus brazos, se detiene unos segundos y se deja caer hacia atrás. Ya no cenaremos juntos.

1 comentario: