junio 02, 2009

Hacía tiempo que no veía un choque

Bajé de la ruta para ir a la oficina, como cada mañana. Me quedé mirando a una mujer de cabellos lacios, rubios, de esbelta figura, pantalón de mezclilla, un poco entubado, como se usan, blusa café, ceñida, cuello en v, ojos claros, finas facciones. Me gustó su indiferencia al mundo, caminaba como que ella no estaba ahí, o más bien como que todos los demás no estábamos ahí. Yo escuchaba ¿Quién se robó tu cochi? de Grupo Marrano, éxito que recién me había pasado un buen amigo.

Hasta que de pronto un rechinido de llantas nos sacó a todos de los pensamientos. Quise poner atención a lo que había sucedido, pero sólo alcancé a mirar de reojo dos camionetas estampadas en el crucero, porque pude sentir al mismo tiempo, un cuerpecillo suave bajo mi pie derecho: al llegar a la esquina y escuchar el rechinido, pisé un bebé de hurraca muerto... Fue verdaderamente asqueroso.

¡Qué fragilidad! La agente que dirigía el tráfico meneó su cabeza, pero no hizo nada con aquel cuerpo delicado que acababa yo de destripar. Mi zapato quedó manchado de sangre y no sé qué otras sustancias. El grupo de autos comenzó a pasar lentamente entre miradas a las camionetas chocadas y sonidos de claxon, de derecha a izquierda y yo no encontraba qué hacer con la situación. ¡Un poco de papel por favor! Alcancé a restegar mi pie a un montón de hojas del árbol de mangos donde seguramente había nacido la pequeña ave.

Comenzamos a cruzar la calle y en cada pisada, sentía nuevamente el cuerpo gordito del pajarraco. Quería vomitar. No quería mirar si aún había sangre en mi zapato. La señorita que atiende el negocio de foto de la contraesquina parece ser un alma caritativa. Me observa con diversión. Mmm... No; definitivamente no es por lo que me acaba de suceder. Hola, buen día -como todos los días. Hola -respondo y voy coordinando mis palabras para pedir papel higiénico cuando me dice, cubriéndose la boca con la mano izquierda para ocultar su risa: Tu cierre... me apunta con el índice al pantalón y automáticamente digo: ¡Ay buey! Perdón, qué imprudencia la mía... Gracias... y salí a toda velocidad olvidando casi por completo el accidente del pájaro.

Bueno, caminé a la esquina donde está el banco, saludé a la señora viene viene esperando que también me dijera que olvidé algo, pero no. Sólo me dijo que la agente de tránsito había tenido la culpa, que detuvo a los de la izquierda cuando estaba su semáforo en verde, llamó a los de atrás a pasar sin antes detener a los de la derecha, por eso chocaron. A nueve casas está la oficina, de subida, pero parece que fueran más... Es raro, siento un poco de maréo, como que la calle se mueve, se hace delgada, me siento agitado, me voy a desmayar...

Un claxon logra hacer que mis sentidos despierten y me alcanzo a mover a la pared. Ésta es la última vez que salgo de la casa sin desayunar.

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