septiembre 30, 2009

La sigo por su nombre

A través del espejo, de la televisión, de la luna, de la computadora, de una nube, de una ventana, del agua que corre, de la que cae. La sigo porque quiero descifrarla. Me obsesiona saber qué hay de su nombre en ella, de ella en su nombre. La espío todo el tiempo y encuentro pistas. Mira con ternura, hasta que le viene una idea. Entonces sus ojos brillan y se concentra. Mira al cielo, va y regresa, se toma la cintura, se muerde un labio, gira de pronto y su cabello vuela, acomodándose nuevamente en su espalda. Su idea se convierte en oración y la comenta con el aire. Aplaude, repite la frase frente al espejo y sonríe.

Al salir de su departamento, la sigo hasta un taxi donde pide al chofer que sea rápido. Voy tras ella y descubro el diario donde trabaja. Saluda a un hombre que va de salida. Ella anda con prisa. Se detiene sólo a registrase en la recepción. Se vuelve hacia el elevador y me quedo contemplando su melena volar. Piso 1, 2, 3, 4... La miro por el reflejo de las paredes de metal. Se nota su impaciencia. Las uñas largas y llenas de colorida imaginación suenan una marcha que intenta apresurar las poleas de esta vieja cabina.

Al fin, se abre la puerta y ahí está él. La espera con una sonrisa cómplice que ella no ignora. Sus brazos se buscan y se aprietan. Terminan convertidos en uno solo a través de la boca. Yo me quedo observando, desde afuera, como siempre.


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