septiembre 28, 2009

El fin de semana


me di tiempo para caminar por la Ciudad de México. Anduve de aquí para allá, con los zapatos mojados, con el cabello amarrado, con la mochila llena y mi botella de agua. Pasé por la calle Comercio y Administración en Copilco, donde vivía mi prima. Fui testigo del pánico chilango por quedarse atorado en el tráfico. Sobre la Avenida Insurgentes Sur, el tráfico comenzó de sur a norte cuando desalojaron el Estadio Olímpico Universitario en CU, luego del empate (seguramente aburridísimo) entre Pumas y Chivas. Los autos avanzaban a vuelta de rueda mientras caminaba hacia el Centro Cultural Universitario. En la entrada que lleva a la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales, algunos conductores decidieron dar vuelta, entrar en sentido contrario al circuito de CU y ocasionar aún más problemas para avanzar. Sólo tenían que esperar un poco a que se desalojara el estadio, pero el pánico ya es estilo de vida en el Distrito.

Prefiero caminar por dentro de CU. Recordé a muchas personas cuando caminé por las facultades de Derecho, Filosofía, Trabajo Social. Pasé por Las Islas y una mariposa de ojos claros me siguió por el costado. Traté de mantener el equilibrio sobre la línea amarilla de la banqueta, pero ella, jugando, me empujaba a la calle. A veces me mostraba su lengua para sonreírme.

En un cruce del camino, mi intención era andar por la izquierda. Ella me cuestionó con esos hermosos ojos que tiene. Voló hacia la derecha y la seguí. Llegamos ante la primera escultura donde se detuvo. Entonces la contemplé. Su delicado cuerpo era color amarillo. Alas que simulaban perfectamente dos abanicos unidos en el medio por una figurilla esbelta, coronada con dos finas antenas que ligeramente terminaban en espiral hacia dentro. Sus ojos claros pero sin fondo. El tono más oscuro marcaba más la diferencia entre su cintura y su cadera. Brazos delgados y largos, manos suaves y amables, boca pequeña y dulce.

Tomé mi cámara para perdurar el instante en fotografía, pero ella voló rápidamente al fondo, hacia las otras esculturas, fechadas en 1980. La seguí y busqué entre las yerbas, los árboles y esculturas. De pronto, apareció de atrás de una enorme piedra oscura, un enorme trozo de lava sólida, para posarse en mi nariz y besarme. Me estremecí cuando su lengua buscó la mía. Cerré los ojos como no queriendo que esto fuera a terminar, sentí sus alas abrazarme y con sus manos acariciar mi rostro. Sentí su figura pegarse a mi cuerpo y sus alas seguían apretándome. Poco a poco fui bajando la intensidad de mi respiración. Se fue haciendo lenta, cada vez sentía menos necesidad de respirar con el gusto que esta hada inesperada me entregaba en cada caricia. El aire dejó de llenar mis pulmones, su lengua hurgaba en mi interior y me daba, boca a boca, la esencia misma del amor... hasta que perdí la conciencia.

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