octubre 13, 2009

Una cucaracha salió de la coladera


Subió por la pared. Alcanzó una altura de 30 centímetros y se detuvo. En sus ojos, una oscuridad inmensa. Un nada de profunda tranquilidad. Anduvo un poco más despacio y volvió a detenerse. Las fuerzas le faltaban en sus pequeñas y peludas patas. Sus antenas bailaban sin ritmo, buscando lo perdido, lo ya hace tiempo perdido. Un paso más y cayó. Hay cansancio en su cuerpo. Gira y vuelve a comenzar su andar esta vez hacia la puerta de salida. A paso lento, cargando sus entrañas. ¿Sería capaz de desear que una chancla acabe con su vida? La luz está cerca. Sus antenas comienzan a volverse pesadas y sus patas traseras se atoran con cualquier grieta del piso. El color café oscuro de su coraza también pesa. Esto no debería ser así. La siguiente parada es una esquina oscura de la casa. Bajo un lavadero, a escondidas de cualquier rayo de luz. Cuando las fuerzas se terminan, un grupo de hormigas hacen estremecer el suelo. Vienen con su marcha a recoger el cadáver. Una pata, una antena, un ala... Aquí no hay tiempo para la compasión.

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