octubre 07, 2009

El silencio de Horacio

Esta historia se me entremetió el domingo cuando quería leer la reseña del concierto de Depeche Mode. La pongo porque me pareció muuuuy interesante.

El silencio de Horacio
Carmina Narro

Hace mucho tiempo que nadie pregunta por mí. Me lo dijo Don Julián cuando regresé y no tenía por qué mentir. Preguntó por mi mujer. Le dije que estaba bien para no entrara en explicaciones. Me costó mucho regresar aquí, sentía no sé qué de encontrar la casa vacía. La verdad es que no la he podido olvidar. Tenía un carácter muy difícil, estaba acostumbrada a hacer lo puro que se le daba en gana, nunca tuvo freno; yo al contrario, desde que era niño fui medio timorato. Siempre he sido igual. “Tú, de veras –me decía– que ni hueles ni apestas, Horacio”. Porque me daba igual ir al cine o a bailar, comer tacos o hamburguesas. Y me daba lo mismo porque estaba con ella, pero eso nunca se lo dije. Yo sabía que a veces me tenía miedo. Cuando despertaba y yo estaba viéndole de muy cerca los vellitos del cachete, se asustaba mucho. Nunca he sabido expresarme. Si hubiera podido decirle cómo era su risa, ella habría entendido qué tanto me gustaba oírla. Verla contenta. Nunca pude decírselo y eso que por su risa y por su cuerpo, me casé con ella. “Tú no quieres a nadie –me decía–, ni a tu madre quisiste”. Y yo callado. A la gente le encanta hablar y decir mentiras.

Hace mucho tiempo que no había venido aquí. Todavía está el refresco que dejé destapado, las dos tazas. Supongo que el hecho de no tener familia le hizo mucho daño. Era huérfana y por eso no sabía qué estaba bien y qué estaba mal. En cuanto yo ponía un pie fuera de la casa, ella se metía con cualquiera. Le tuve mucha paciencia, le aguanté muchas porque la quería. Prefería pensar que lo hacía nada más por provocarme y me aguantaba.

La última vez que la vi, estaba dormida. Sentí alivio porque todo el Viaducto de camino a la casa había estado pensando que la iba a encontrar con alguien en mi cama. Me quité los zapatos y me acerqué a gatas para olerla, oler las cobijas, para saber si había estado con alguien. Si olía a sexo. Como siempre, se asustó conmigo cuando abrió los ojos y empezó a insultarme. Siempre ha sido muy malhablada. Le dije que prefería que la golpeara a que me dijera tantas ofensas porque esas no se me iban a olvidar nunca.

Entré a la cocina para tranquilizarme y ella entró mucho rato después. No podía quitarme de la nariz el olor de las cobijas. Como para arreglar las cosas me preguntó si quería un café; tenía agua hirviendo en la estufa. Ni siquiera sentí lo caliente de la olla cuando la eché el agua a la cara.

He tenido mucho tiempo para pensar en mis actos. No me arrepiento. En el fondo lo hice para que ya nadie la volteara a ver, para que nadie quisiera tocarla.

El doctor dice que no quedará bien. M voy a tener que tragar mi orgullo y mañana la voy a buscar para pedirle que regrese. Creo que soy capaz hasta de hincarme si me lo pide. Algo me dice que sí va a volver y va a tener que entender que estando toda quemada, yo soy el único que la puede querer todavía.


Publicado en DÍA SIETE, página 48. Revista 476. 4 de octubre de 2009.


4 comentarios:

  1. Yo también la leí, más que estremecerme me hizo pensar algunas particularidades que no había visto.

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  2. Aún con lo grave del asunto, este hombre se sigue sintiendo víctima de la situación. Pienso en eso como un pilar no sólo del machismo, sino de las personas miserables en general.

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  3. Hola k tal? tienes razon.. muy interesante el texto... no dejo de leerlo yo arranke la hoja de "hasta atras" de esa revista jaja es k no era mia... en fin

    Saludos!! muy bueno tu blog!!

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  4. Gracias, Bebé Glass.
    Esas historias que se entremeten en la vida de uno se vuelven inseparables. Creo que desde entonces no leo de nuevo esa revista.

    Saludos.

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