mayo 26, 2009

Venía en la ruta

Fui primero al Instituto para cobrar mi cheque atrasado. Hacía más de diez días que debieron pagarme, pero alguien no hizo su trabajo adecuadamente. Venía tranquilo hacia la oficina en la ruta. El chofer ponía a todo volumen algo de banda, serían cuatro o cinco personas más, pero no me importaba mucho. Yo venía escuchando The Clash cuando el tráfico inusual en esta ciudad nos detuvo en uno de los cruces.

El chofer, previendo que tardaríamos mucho en salir, decidió tomar por una avaenida alterna. Lo malo que estaba igual o peor de congestionada. A mí ya me daba igual, de cualquier modo no llegaría a tiempo a la oficina. Mi ojos miraban a la calle y se encontraban un oxxo, una tintorería, un blockbuster, bardas, rejas, zaguanes, ventanas, tiendas de ropa, vestidos de novia, otra barda de piedra.

Aquí nos detuvimos mucho tiempo, había una puerta pequeña incrustada en la barda de piedra que llamaba mucho mi atención. Una puerta que seguro no se usaba en años, estaba como a un metro del suelo, sin escalones, muy angosta para que pudiera apenas pasar una persona. Tenía su cerradura, lo único no negro en esa puerta rara.

Comencé a sentirme con sueño y en seguida saqué del maletín la cocacola que me obsequiaron en el Instituto, estaba ya un poco caliente. De cualquier modo, no quería quedarme dormido en el bus. Sin embargo, los 35 grados y el enfado me cerraron la conciencia porque de pronto me vi abriendo esa puerta obscura.

Un rechinido por el metal oxidado me recibió a lo que no podía creer: un hermoso jardín lleno de flores, pasto como alfombra, anturios, alcatraces y aves de paraíso. Tabachines, hules, parotas y jacarandas. Enredaderas y bugambilias, el viloento caer del agua en una pequeña cascada que desbordaba al río que enmarcaba este jardín. A lo mucho quinientos metros cuadrados de belleza húmeda tan solo para mí.

Inmediatamanete dejé caer el maletín, me quité los zapatos, los calcetines, la camisa, me arremangué el pantalón y corrí como pude para ir a la parte más adentro del paraíso. Abrí mis brazos, aspiré tanto aire como pude, sonreí de plena felicidad. Caminaba y sentía en mis plantas la frescura de ese césped fino, me acariciaba y me hacía cosquillas.

Toqué el agua con mis manos, me remojé la cara, la bebí. Me sumergí en ella y sentía con todo mi cuerpo la alegría, la bondad, la felicidad del agua sobre mí. Me gusta escuchar bajo el agua, ¡es tan distinto! Escuchas con toda la piel. Nadaba y no quería salir del agua. Un minuto. nadaba de rana, veía un poco hacia la profundidad, los rayos del sol entraban e iluminaban mi propio cuerpo desnudo. Comienza a faltarme el aire. Siento algunos peces rozar mis piernas, hierbas me acarician los muslos, mis manos no se contentan con esta porción de agua o aquella, quieren más, sigo nadando y hay menos luz. No quiero perderme ni un segundo de esto. No recuerdo haberme sentido tan feliz, ni imaginaba que podría serlo tanto así. No quiero que termine, dos minutos. Aprovecho todos mis esfuerzos y me mantengo bajo el agua fresca, cristalina... La corriente ma jala un poco hacia la parte más clara, nado al otro lado, a donde creo, imagino, que es la fuente de toda esta felicidad. Aquí estoy, en el momento más feliz de mi vida, unido al universo, siendo parte de todo, a la vez aislado, clavado en el agua, en mis sentidos y en el aire de mis pulmones, de mi estómago. Tres minutos, no puedo más. No tengo fuerzas. Mi felicidad y mi vida están en mis manos.

(Saeglópur de Sigur Rós: http://vimeo.com/3987056)

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