septiembre 30, 2009

La sigo por su nombre

A través del espejo, de la televisión, de la luna, de la computadora, de una nube, de una ventana, del agua que corre, de la que cae. La sigo porque quiero descifrarla. Me obsesiona saber qué hay de su nombre en ella, de ella en su nombre. La espío todo el tiempo y encuentro pistas. Mira con ternura, hasta que le viene una idea. Entonces sus ojos brillan y se concentra. Mira al cielo, va y regresa, se toma la cintura, se muerde un labio, gira de pronto y su cabello vuela, acomodándose nuevamente en su espalda. Su idea se convierte en oración y la comenta con el aire. Aplaude, repite la frase frente al espejo y sonríe.

Al salir de su departamento, la sigo hasta un taxi donde pide al chofer que sea rápido. Voy tras ella y descubro el diario donde trabaja. Saluda a un hombre que va de salida. Ella anda con prisa. Se detiene sólo a registrase en la recepción. Se vuelve hacia el elevador y me quedo contemplando su melena volar. Piso 1, 2, 3, 4... La miro por el reflejo de las paredes de metal. Se nota su impaciencia. Las uñas largas y llenas de colorida imaginación suenan una marcha que intenta apresurar las poleas de esta vieja cabina.

Al fin, se abre la puerta y ahí está él. La espera con una sonrisa cómplice que ella no ignora. Sus brazos se buscan y se aprietan. Terminan convertidos en uno solo a través de la boca. Yo me quedo observando, desde afuera, como siempre.


septiembre 28, 2009

Tuve la necesidad de amar


y encontré una canción con la que luego de oírla tres veces, me emocioné con ella. Conseguí que se me apareciera con frecuencia, luego la tuve conmigo y la agregué a mi ipod. Hice una lista de reproducción donde sólo ella aparecía. Se repetía una y otra vez. La puse cuando salí a correr a la cancha de futbol. Se repetía indefinidamente. Me bañé y mientras planchaba mi camisa, la seguí escuchando. La escuché de camino a la oficina. Durante todo el trayecto hasta que me la aprendí perfectamente. La disfruté en cada frase, en cada palabra. Es una canción que no habla de mí y no le importa que me identifique con ella. Es una canción muy respetuosa.

En la oficina no pude escuchar a nadie porque tenía los audífonos puestos escuchando esta canción. Las personas me hablaban y sólo miraba sus bocas moverse, me hacían gestos que parecían señalar a mis oídos. No supe qué querían. Pero así es cuando uno está enamorado de una canción. No quieres dejar de escucharla. De regreso a casa, iba en la ruta y una chica me sonrió, me miraba con insistencia. Por un momento pensé que quería decirme algo, no quise saber. Estaba ocupado escuchando mi canción. También en el metro, los vendedores venían con sus bocinas, pero no los escuché.

Por la noche, después de repetir su letra innumerables veces, me quedé dormido, con los audífonos puestos, escuchando esta canción. En sueños, mi cerebro siguió escuchando sus acordes y seguramente las letras. Cuando desperté, la batería de mi reproductor se había terminado y no sé cuánto tiempo dejé de escuchar la canción.

Entonces me sentí confundido. ¿Estaba enamorado de ella? ¿Cómo confirmarlo? Sólo tengo unos días de conocerla. Ha pasado tiempo desde que estuve enamorado, no sé si puedo reconocer la sensación. Además, me he vuelto cobarde con el amor. Como lo veo, hay dos opciones: sigo escuchando la canción hasta el infinito sin pensar qué pueda suceder o me relajo y voy por otro disco a la tienda.

En este día, pasaba la lista de reproducción con la canción ahí, pero la ignoraba para no escucharla esta vez. De alguna manera, sólo la evité. Soy mezquino a veces. Me muestro indiferente y en realidad lo soy. La canción ya pasó de moda y sigo escuchando otras canciones. En el fondo de mi ser, he olvidado su melodía; pero a ratos, cuando la soledad me abraza, la escucho suavecita y me martiriza saber que alguien más la escucha. Entonces, el insomnio se asocia y me agobio pensando en ella, en lo miserable que soy.

Así he olvidado mil canciones y ellas me han olvidado a mí.

Hoy desperté y estaba escuchando la canción. Se programó a voluntad o por casualidad. ¡Qué bello amanecer con ella a mi lado! Sentir sus armonías acariciando mis oídos, mi cerebro, mi espíritu. Nunca más volveré a dejar de escucharla. Al menos, hasta que grabe otra canción.

El fin de semana


me di tiempo para caminar por la Ciudad de México. Anduve de aquí para allá, con los zapatos mojados, con el cabello amarrado, con la mochila llena y mi botella de agua. Pasé por la calle Comercio y Administración en Copilco, donde vivía mi prima. Fui testigo del pánico chilango por quedarse atorado en el tráfico. Sobre la Avenida Insurgentes Sur, el tráfico comenzó de sur a norte cuando desalojaron el Estadio Olímpico Universitario en CU, luego del empate (seguramente aburridísimo) entre Pumas y Chivas. Los autos avanzaban a vuelta de rueda mientras caminaba hacia el Centro Cultural Universitario. En la entrada que lleva a la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales, algunos conductores decidieron dar vuelta, entrar en sentido contrario al circuito de CU y ocasionar aún más problemas para avanzar. Sólo tenían que esperar un poco a que se desalojara el estadio, pero el pánico ya es estilo de vida en el Distrito.

Prefiero caminar por dentro de CU. Recordé a muchas personas cuando caminé por las facultades de Derecho, Filosofía, Trabajo Social. Pasé por Las Islas y una mariposa de ojos claros me siguió por el costado. Traté de mantener el equilibrio sobre la línea amarilla de la banqueta, pero ella, jugando, me empujaba a la calle. A veces me mostraba su lengua para sonreírme.

En un cruce del camino, mi intención era andar por la izquierda. Ella me cuestionó con esos hermosos ojos que tiene. Voló hacia la derecha y la seguí. Llegamos ante la primera escultura donde se detuvo. Entonces la contemplé. Su delicado cuerpo era color amarillo. Alas que simulaban perfectamente dos abanicos unidos en el medio por una figurilla esbelta, coronada con dos finas antenas que ligeramente terminaban en espiral hacia dentro. Sus ojos claros pero sin fondo. El tono más oscuro marcaba más la diferencia entre su cintura y su cadera. Brazos delgados y largos, manos suaves y amables, boca pequeña y dulce.

Tomé mi cámara para perdurar el instante en fotografía, pero ella voló rápidamente al fondo, hacia las otras esculturas, fechadas en 1980. La seguí y busqué entre las yerbas, los árboles y esculturas. De pronto, apareció de atrás de una enorme piedra oscura, un enorme trozo de lava sólida, para posarse en mi nariz y besarme. Me estremecí cuando su lengua buscó la mía. Cerré los ojos como no queriendo que esto fuera a terminar, sentí sus alas abrazarme y con sus manos acariciar mi rostro. Sentí su figura pegarse a mi cuerpo y sus alas seguían apretándome. Poco a poco fui bajando la intensidad de mi respiración. Se fue haciendo lenta, cada vez sentía menos necesidad de respirar con el gusto que esta hada inesperada me entregaba en cada caricia. El aire dejó de llenar mis pulmones, su lengua hurgaba en mi interior y me daba, boca a boca, la esencia misma del amor... hasta que perdí la conciencia.

septiembre 24, 2009

Cerré los ojos

para volver a dormirme. Así cerrados, comencé a ver una serie de luces verdes con movimientos imprecisos y absolutamente desordenados, de muchos tamaños y velocidades. Amplias figuras de estrellas convirtiéndose en círculos, en manchas y en puntos.

Todo el movimiento era en color verde, sobre un fondo oscuro. Así debe ser el universo, así debe sentirse allá afuera. Escuchaba mi corazón, pero también el tuyo. Tu respiración pesada. Dormías profundamente. Me gusta saber que estás junto a mí en noches como esta, en que afuera el cielo parece que quiere llegar al fin. La lluvia se colaba en pequeñísimas gotas hasta mí, era una brisa riquísima para calmar el calor que sentía. Me giré un poco cuando un relámpago iluminó nuestra habitación. Recordé que cuando tenía 5 años, mi mayor temor estaba en el cielo y no era dios, sino esta clase de truenos.

Me abracé a ti, buscando que me contagiaras tu sueño. Cerré los ojos de nuevo y veía estas luces verdes, inacabables. De vez en vez, el fondo oscuro se iluminaba y yo apretaba los dientes, venía un rayo. Tu indiferencia al fin del mundo del que yo era testigo sólo me daba más miedo. Si estuvieras despierta, sentirías el mismo temor que yo, pero de mi parte sólo habría seguridad, actuada, pero algo al menos.

El sudor me obliga a desprenderme de ti otra vez. Retiro la sábana porque la humedad ya es insoportable. Nomás que deje de llover tan feo, me iré a bañar. Se me ocurre un juego, cada vez que se ilumine tu rostro con un relámpago, tomaré una fotografía para ver los efectos que puedo lograr. Un trueno acaba con mi iniciativa y me escondo bajo de una almohada, pero no por mucho tiempo. Las luces verdes vuelven a no permitirme descansar. ¿Cómo sería no ver absolutamente nada? Siempre que cierro los ojos veo algo. ¿Qué verá una persona que nació ciega? ¿Qué imágenes puede colocar el cerebro si no las vio nunca? ¿O sí las ve?

Son muchas preguntas para estas horas de la madrugada y con un clima tan feo. Lo mejor será seguir durmiendo. Estoy seguro que no tendría miedo si estuviéramos haciendo el amor. ¿Le habrá sucedido a alguna pareja ser alcanzados por un rayo mientras unían sus carnes?

No puedo, ella descansa profundamente. Mañana que me levante, voy a inventar una grabadora de imágenes que se ven cuando cierras los ojos.

septiembre 23, 2009

A veces recuerdo

que saliendo del instituto, nos veíamos con ella para ir a casa. Siempre me recibía con su sonrisa metálica, amable y con frenos. Comenzábamos a caminar por ese callejón despidiéndonos de muchos amigos, sonrientes, contentos. Ambos disfrutábamos de andar juntos. Ella vivía muy cerca, a unas 6 calles. Yo debía llegar al centro de la ciudad, unos 2 kilómetros y tomar un bus por 15 minutos.

No recuerdo exactamente qué hablábamos, pero sí que nos reíamos mucho. Era divertido mirarnos, saber que nos gustábamos tanto y que ninguno haría algo al respecto, aparentemente. Al llegar a una avenida amplia, nos separábamos para seguir nuestros caminos; tardábamos más de media hora en despedirnos, sabiendo que al otro día estaríamos juntos todo el curso y nuevamente nuestro andar.

Un día decidió acompañarme cada día hasta el centro de la ciudad. Caminábamos por calles empedradas tan sólo por el hecho de seguir hablando, decía ella, de seguir sonriendo, decía yo. Pasábamos un puente donde nos deteníamos a lanzar piedras, a estirarnos hacia el agua para mojar los pies desnudos y refrescarnos. A veces, preferíamos salpicarnos y atacarnos de risa. Un día, refrescaba mi pie izquierdo, perdí el equilibrio y quedé mojado hasta las piernas. Ese día conocí sus verdaderas carcajadas.

Así fue ese curso, medio año en que fuimos felices. Después nos hicimos novios y todo se fue a la mierda.

septiembre 17, 2009

Bajé por las escaleras desde el sexto piso


Miraba hacia la ventana en cada entrepiso. A lo lejos, las montañas cubiertas por una fina niebla. Pisos más abajo, ya se notaban los anuncios espectaculares, las calles húmedas por la lluvia que aún caía levemente. Un poco más abajo, y yo pensaba en lo lejos que me gustaría estar en ese momento, en lugar de seguir respirando el aire con olor a medicina y enfermos, sobre todo enfermos.

En el metro, después de 8 estaciones se ha vaciado bastante. Sólo quedamos un ebrio dormido en el extremo del vagón, una señora indigente que habla sola a dos espacio de mí y yo, un solitario que ha visto a la muerte cara a cara.

Caminando por los pasillos para transbordar, se me ocurre que afuera ha caído una meteorito que ha convertido a la humanidad en zombies, que por eso todos los que entran tienen ese aire tan sinistro. La muerte anda cerca. Huele.

Bien, entre las criaturas nocturnas que comienzan a emerger en esta ciudad, sigo mi paso cada vez más aprisa, lo reconozco, porque algo de miedo se apodera del ritmo de los latidos de mi corazón. Tengo alguna angustia por llegar a casa.

Quiera llamarla y conversar; era una manera efectiva de evadir mis incontrolables emociones del pasado. Pero ya no puedo. ¿Que qué hay después de que cierras los ojos? ¿Después que sacas el resto de aire? No queda nada, por eso aterra.

Al salir a la superficie, me estaba esperando. Estaba tranquila y fumando un cigarrillo. No me miró mientras caminé a ella, seguía mirando al piso, esperándome. Por la tarde, cuando la vi, no fue necesario que me dijera nada. Todo lo entendí con su mirada, hueca, vacía.

Llegado el momento no hay vuelta atrás. Qusiera conversar con ella por última vez. ¿Aquí nadie cumple deseos? Lo que me aterra es dejar de estar aquí. Siempre me gustó estar vivo, desde que despertaba por la mañana, hasta los sueños más extraños e incomprensibles. Me gustaba, de niño, despertarme para ir a la escuela. Me gustaba saber que comería el desayuno que mi mamá preparaba tan rico, siempre tan rico. También me gustaba tener que viajar una hora en bus para llegar a la escuela, cuando apenas tenía 8 años. Eran mis aventuras. Me gustaba llegar a casa y resolver la tarea, leer todo lo que podía hasta que tuviera que ir por las torillas o sentarme a comer. Conocí todo de Australia. También del camino a la tortillería. Había que sortear a esos perros que me hacían la vida imposible. Les temía, pero aspiraba a que un día fuéramos amigos.

Lo que me aterra es dejar de estar aquí. En mis años de adolescente cometí muchos errores. Tomé las peores decisiones y desperdicié buenos sentimientos. Aunque siempre con la posbilidad de seguir adelante. Lo que me aterra es dejar de sentir. Recuerdo de un día que tuve en mi mano un primer seno. Esa sensaión tan suave y tan prohibida. Tan cálida y tan imborrable. Su nombre era Nancy. Hoy, quisiera llamarla y conversar con ella, aunque tenga otro nombre o sea mi último amor, pero ya no es posible.

Lo que me aterra es dejar de estar aquí. No me olvido de haberme sentido bien con algunas personas y mal con otras, como profesional siempre tuve una buena intención. A veces, me equivoqué. No dejé un mal sabor de boca en mi paso por estas calles de vida, aunque hoy sí, melancólicas.

Y aunque me aterra dejar de estar aquí, dejar de sentir, de mirar, de respirar, de oler y de sentirme amado, la felicidad no me abandona. Nunca fue un estado de ánimo, no me abandona ahora porque es un razgo de mi personalidad. Así que escojo mi mejor sonrisa, llego a con mi cita, tomo su huesuda mano y le digo que estoy aquí, listo para partir.

septiembre 09, 2009

Alguien toca la puerta

Alguien toca la puerta, alguien suena la campana. Hazme un favor, abre la puerta y déjalos entrar.

Son ellos a los que siempre quiero aquí, junto a nosotros, con su música, con su ánimo, con sus ganas.

Alguien toca la puerta.

Aquí estamos esperando por ellos. ¿Cuántas veces les has negado la entrada, tonto?

Abre tu puerta al amor, no seas cobarde. Abre la puerta que están afuera. ¿Qué pasa contigo? Están ahí, abre la puerta y déjalos entrar.

Suenan con su marcha, vienen de lejos, están aquí, han llegado, hazme un favor, abre la puerta y déjalos entrar.

Vienen tocando, haciendo ruido, vienen por ti. Están por ti, abre la puerta.

Te grito desesperado, abre la puerta. Están aquí, déjalos entrar.

Yayayayayaya. Están aquí, sólo baja, abre la puerta y déjalos entrar.

Tocan la puerta, suenan el timbre. Gracias Paul. Es alguien. No preguntes, abre la puerta.

No te pierdes ni dejas de ser. Tocan la puerta. Ábrela. Recíbelos.

Alguien toca la puerta, alguien suena el timbre. Ahí están, escucha, pon atención. Todos deberían escuchar esto. Todos deberían abrir la puerta.

Hazme un favor: abre la puerta y déjalos entrar.

http://www.youtube.com/watch?v=fS4TtIVORa0

septiembre 07, 2009

Quédate a dormir


Aquí viene mi amigo Joaquín Sabina y me ayuda con esto:

La cuatro y media, quédate a dormir
Está lloviendo, dónde vas a ir.
Si ya no queda un sitio abierto en esta ciudad
Anda sécate el pelo que te vas a enfriar.

Desperté durante la madrugada porque tenía dolor abdominal. Quité su brazo de mi pecho con cuidado para no despertarla, pero cómo iba a despertar si estaba exhausta. Lo lindo de estar en el baño a las 4 AM radica especialmente en la quietud (no la que se aspira) que hay en el ambiente.

Al abrir la puerta, encontré vacía la cama. Prendí la luz y la encontré, a la pobre, a un costado junto a la pared, en el piso, pero aún dormida.

Por la mañana, nos amamos. Como siempre desde hace 4 años. Y como siempre, se va con el frío de la mañana. Le pido que se quede, pero tiene muchas cosas qué hacer. Ella dice que lo nuestro es sólo sexo, que somos dos amigos que se gustan y que debemos dejarlo así. Más nos vale no mezclar las cosas y conservar nuestra maravillosa amistad. Yo pienso que en algún sentido tiene razón.

Ya sé que no me amas, ni yo a ti
Para qué me lo vas a repetir
Las palabras no son más que un obscuro antifaz.
Una manera de disimular tu ansiedad

Mientras tomaba mi café, miraba por la ventana y sentía los rayos del sol. Me gusta estar solo cuando tomo el café. Una fila de hormigas negras cruzaba el filo de la ventana y llevaban, tan lindas, las moronitas de mi gusano de azúcar. A veces me gustaría que se quedara, podríamos hacer un buen domingo, juntos.

Deja el abrigo y ven
Hay sitio para los dos,
Y nada va a pasar
Que no queramos tú y yo.

Han pasado tres meses y toca a la puerta, por fin llegó. Al entrar a mi casa, dejamos afuera al mundo y las relaciones que en ella tenemos. Aquí dentro sólo estamos ella y yo, hasta el amanecer. En esos tres meses, llego a extrañar su sonrisa, su mirada tierna, sus manos que me acarician, voz ronquita, su espalda en mi pecho mientras dormimos, sus senos en mis labios... Para cuando me visita, lo más seguro es que ya olvidamos cómo somos. Cada tres meses nos volvemos a presentar.

Las cuatro y media no me harás usar,
Contigo la estrategia habitual,
Qué importa que nos acabemos de conocer,
Así podrá el azar jugar también su papel.

Nuestro vocabulario no incluye palabras serias como dolor, pena, hijos, pasado, exparejas, padres, familia, moral ("moral" sólo es seria cuando es la propia), sobre todo: amor. Ni como sustantivo, ni como adjetivo, ni como verbo en ninguna conjugación.

Por qué no te terminas el café,
No haré ninguna muesca en la pared
Si quieres irte ahora, bajo a abrirte el portal.
Perdí ya tantas noches, una más... qué más da

Así ha sido en 4 años. Una relación sin apellidos, donde no pasa nada que ambos no queramos. Desde que vivo cerca de la playa, esa mujer cambia su nombre cada tres meses, pero no falla. Siempre llega.

Deja el abrigo y ven
Hay sitio para los dos,
Y nada va a pasar
Que no queramos tú y yo.